Pollero metamórfico

El lunes de esta semana cumplí con la importante misión de preparar comida para dos días, es una misión importante porque hay que comer, porque disfruto cocinar y porque siempre es divertido ir al mercado por ingredientes.

A pesar de que sigo una dieta ovolactovegetariana, respeto el hábito alimenticio que incluye ingerir carne, de manera que mi misión tenía como objetivo preparar comida con y sin productos animales, así que opté por preparar un solo platillo y agregar carne a una parte para transformarlo.

Así que mi viaje al mercado que está prácticamente en la esquina de mi calle, significó hacer una parada en el puesto del simpático pollero que suele tener más clientes que el de otras pollerías. Es un pollero bastante agradable, simpático, chusco, bigotón y pelón; asumo, por la tenue marca gris en su cabeza, que estaba quedándose calvo y que recurrió a la temeraria acción que sólo a Bruce Willis y a algunos afortunados les sienta bien, se rapó. Suele usar gorras, pero este lunes, lo encontré con la cabeza desnuda y orgullosamente libre de pelo, lucía bastante apuesto.

Llegué a la pollería, estaba ahí la habitual clienta con él, la atención del pollero se movía entre la seducción del vendedor experimentado y el descarado flirteo del dandi. "Hola, güero, ¡qué milagro!", me saludó. Contesté al saludo, recibí una mirada ofensiva de la cincuentañera ycontinuó el seductor vende-pollos con su discurso:

"No, si yo por eso ya mejor le dije que (un gesto amplio con los brazos, primero cruzados, abriendolos rápidamente), no, no... es que yo ya le dije que está bien, que los niños necesitan ayuda pero que yo ya no le voy a echar la mano, porque él es bien flojo y luego quiere abusar. Luego los niños me dicen <<ándale abuelito, acompáñanos... ¿oye, me compras esto...?>>. ¿Y cómo decirles que no?, además para mis nietos lo que sea, pero no voy a andar manteniendo a ese holgazán. Por eso ya en elcuartito que hicimos en la azotea, yo, yo, les voy a poner su instalación para que tengan luz, pero independiente de la casa, ya si quieren pagarla qué bien y si no, (levantando las manos como rindiéndose, con las tijeras en alto) pues que les corten la luz, pero ya estuvo.

"Y me duele, ¿eh?, no crea. Y yo no le voy decir mentiras, cuando yo me siento mal sí lloro; no por hacerme el muy hombre me voy a aguantar, la verdad yo sí lloro, ¿no? la verdad, pues ¿qué tiene?". La barba de candado y las cejas arrugadas, hacían parecer conmovedora y auténtica la confesión. Confieso, por mi parte, que me pareció un momento muy extraño, sobre todo porque la señora intervenía poco en la plática, casi como si no fuera íntima del pollero.

La señora eligió su pechuga, sólo quiso una mitad, pensé en comprar la otra parte, las otras eran demasiado grandes para una porción de alambre de pollo. Llegó otro parroquiano, puso sus bolsas de plástico familiarmente sobre la barra cubierta de azulejo blanco, a través de la bolsa amarilla, se asomaba un melón. "¡Licenciado!", saludó el cliénte, "¡licenciado!", contesto el profesional del pollo; observando el estado de varios colegas universitarios, no dudo que el correligionario de Bruce Willis tenga una licenciatura. El saludo sucedió mientras terminaba de despachar a la señora.

"¿Qué vas a llevar güero?", media pechuguita, esa estaba bien. Y mientras le quitaba el pellejo y los huesos, fui testigo de la metamorfosis del pollero, de ser un abuelo emotivo pasó a un carnicero cínico. Con mirada maliciosa y colmillo afilado dijo "¡questo, que lotro!". Y el cliente recargado en la barra, junto a su melón sonrió diciendo "lo veo muy bien...". "Pos... ya ves, anoche me la pasé bien", "ya no le haga a eso, le va a hacer daño", "nah, qué me va hacer daño...".

"Son doce pesos, güero. ¡No, qué pasó?", sentenció el preció y protestó contra mi billete de doscientos. Fui a comprar la verdura, regresé a pagarle y vi como se negaba enérgicamente a cambiar, a su vecino carnicero, una moneda de cino pesos por varias de uno, "¡no, no, no hay pesos, vete por allá a buscarle!". Pagué, recibí dos monedas de un peso, temiendo recibir un golpe o una ofensa, pero no fue así.

Llegé a casa con pimientos de varios colores, champiñones, cebollas, pollo y la extraña sensación de haber descubierto algo indebido sobre alguien desconocido. Aprendí también que las sutilezas del lenguaje nos rodean, que una frase sin sentido alguno ("¡questo, que lotro!") revela algo tan importante que transforma radicalmente el sentido de algunas acciones, ¿por qué buena razón confesaría alguien a una descconocida que se tiene el valor de llorar?, ¿ebriedad?, ¿estrategia de ligue?, ¿soledad?


Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. flaco, no veo que tendría de raro que un pollero aflorara sus sentimientos con la clientela, es bien sabido que nos comportamos diferente dependiendo de la persona que tengamos en frente; con tal de vender hasta amiga-consejera de la ñora más traumada me puedo volver... lo que a mí me sorprende es: ¿neto te aprendiste el discurso del pollero? jejeje
    te amo pelos :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares