Eres un pará- un pará-, un parásito...

Parásito

 Julio 2020 

"Subieron la mota, también el alcohol y ahora es más caro ponerse un pasón." Dice Molotov en su canción "Parásito", en cuya letra podemos encontrar reclamos a quien es "un huevón" y permanece desempleado igual que su hermano. En esa canción encuentro un reclamo parecido al de la sociedad acomodada cuya ingenua perspectiva de la sociedad asume que la meritocracia funciona adecuadamente porque existe un piso común y parejo para todos y que si alguien no puede armarla es "porque no quiere".
Y que conste que no estoy diciendo que el/los autor(es) de la canción sean unos acomodados ingenuos, sino que la letra de esa canción resuena con ese tipo de tipo de discurso, así como resuena con el discurso misógino, violento e invisibilizado de nuestra sociedad [ la canción dice: "si no se te para fue por encajoso/pero no te preocupes ya hay medicina/si no se te quita te ponen vagina./Me pides prestado, me pagas mañana/si no tiene varo, me presta a su hermana."]. O sea que no es personal, pero es una canción misógina y, en alguna medida, clasista, pero ingenua a la vez.
Algo parecido podría parecer que se encuentra en "Parásitos", la película de Bong Joon-Ho. Me refiero a la meritocracia y al reproche hecho al parásito desempleado, no a la misoginia. Pero me parece que esta interpretación es válida sólo superficialmente. Creo que en esta película asistimos más a un diagnóstico con tintes de denuncia que a un reproche con aroma a apología.


Superficialmente podría parecer que la película retrata a una familia con un comportamiento parasitario que vive de las costillas de otra familia acomodada, exitosa y respetable. Pero si observamos de cerca en esa relación simbiótica, quienes no parecen hacerse cargo por sí mismos de las funciones que los mantendrían vivos, son los acomodados, los ricos que no ponen atención a si su casa necestia limpieza o no, si deben lavar o doblar su ropa. Vemos en varios momentos cómo son incapaces de hacerse cargo de sus labores, de prepararse alimentos, de trasladarse a un lugar.
Más profundamente, el parásito no es el que está en el subsuelo, finalmente era alguien cuyo negocio propio quebró gracias a la desigualdad de oportunidades, a la desigualdad económica y financiera que termina beneficiando a la misma minoría reducida, que concentra el capital económico, financiero y cultural, que está a cargo de la toma de decisiones que informan a esas formas de capital. Y el asunto es que queremos eso que se nos presenta como deseable a la mayoría, los seguimos y admiramos como modelos de vida, porque alcanzaron el éxito. Pero esta es una ilusión, jamás lo alcanzaron, siempre lo tuvieron a la mano, siempre han sido los grupos privilegiados los que tienen la capacidad de moverse dentro de las isntituciones que, para empezar, deciden qué es lo cultural, lo valioso, lo deseable.
Hablando de capital cultural, esas pequeñas desigualdades que existen entre los jodido (que somos la mayoría de personas en este planeta) son motivo de indignación, de burla, de violencia, porque queremos eso deseable que nos parece como el ideal de la realización y es deleznable la persona que no lo tiene y, si yo lo ebtengo y eso me distingue, aunque sea una tontería, es una tontería que me sube un peldaño en la escala de privilegios, me da el poder de burlarme de quien no posee ese recurso que yo puedo presumir. Y es ahí en donde está lo parasitario, adentro de uno, cuando ingiere y se contagia de ese discurso.
El parásito es interno, nos infecta a través de esas ideas que no siempre somos capaces de ver, de los juicios que, contra nosotros, incomoda, pero cuando emitimos, nos hacen sentir con mayor poder o autoridad. Porque no parece haber salida posible, volviendo a la trama de la película, el plan del hijo es comprar la casa, convertirse en el propietario que liberará a su padre. Por un lado, parece la única vía legítima de salvación, además de ser la manera más certera de asegurar el bienestar del padre, brindándole la impunidad, la "inmunidad"  que merecen las personas acaudaladas, el poder de quienes pueden contratar a un abogado impagable, sobornar jueces, comprar boletos de avión a donde sea, comprar una isla y desaparecer.
Y es aquí en donde está la verdadera complicación, jamás entenderá la persona que nunca se ha transportado en el subterráneo al que nunca se subirá a un Mercedes. Son realidades tan lejanas, tan imposibles, que el aroma pestilente del jodido resulta repugnante, intolerable, más desagradable que el tufo de un cadáver.
¿Pero es en realidad un parásito el que nos habita? ¿O es que habitamos parasitariamente? ¿Qué tipo de lugar ocupamos en el espacio como parásitos? ¿Qué tipo de función realizamos en el engranaje de la maquinaria global financiaera? ¿Podemos hablar de una máquina si todo el dinero que actualmente mueve al mundo es virtual y producto de la pura especulación? ¿Cómo es posible que veamos en el mundo efectos materiales de una economía mayoritariamente virtual? ¿Es parasitaria la virtualidad? ¿Qué clase de vida deseamos vivir? ¿Qué clase de deseo por vivir es el que tenemos si las condiciones ya están determinadas por esa virtualidad cuya correspondencia material no podemos encontrar pero sí atestiguar? ¿Qué podemos hacer para vivir de otra manera si los engranes de la maquinaria económico-financiera nos restringen tantas otras posibilidades?
Yo, por el momento, puedo responder con toda certeza que no tengo ni la más remota idea.


Julio 2022

A dos años de escribir lo de arriba, luego de experimentar un montón de cosas inesperadas como el replantearme profesionalmente lo que hago y deseo hacer, luego de mudarme y comenzar a compartir una vida en pareja, entre muchas otros cambios, me reencuantro con estas preguntas sobre lo parasitario y la aplastante realidad movida por una gran maquinaria virtual, intangible, pero cuuyos efectos, a través de discursos, imágenes, etcétera, produce realidades. Y al reencontrarme con estas preguntas me doy de frente con algunas vías de respuesta. Así, de frente.

La frente, la cabeza, el cuerpo, es ahí en donde yace, en donde late el movimiento de esta realidad que hace dos años se sentía tan virtual, después de ver a tantas personas por videollamada por tanto tiempo y retomar, gradualmente, el contacto físico y la proximidad física; luego de reencontrarme con personas muy importantes en mi vida luego de años de distancia, me quedó claro el punto, el cuerpo es eso que, nos posibilita "atestiguar", como hace dos años yo mismo preguntaba: "¿Qué clase de deseo por vivir es el que tenemos si las condiciones ya están determinadas por esa virtualidad cuya correspondencia material no podemos encontrar pero sí atestiguar?". Y es ahí en donde creo que se inauguran y se rompen cosas, pero en 2020 era difícil verlo, porque esa misma vida a través de las pantallas, de la realidad digital y virtual, me distaría (me des-traía, me descolocaba) la atención de lo que experimentaba.


 

Lo pasaba por alto, pero en 2020 tenía pegado el culo a la misma silla que ahora soporta mis nalgas, la carne estaba ahí, pero mi atención estaba más en el discurso que me inspiraba interrogantes y no tanto en el cuerpo que me hacía notar la frustración, en cansancio, la ansiedad a través de los músculos tensos, de la respiración agitaba, de la garganta cerrada, del maxilar apretado.

Ahora las preguntas que me parecen interesantes son, ¿Cómo disminuir el volumen de la voz parasitaria que me habita, esa voz alienante que repite que la culpa es mía por no echarle ganas? ¿Cómo endfrentar esta realidad en la que hay cuerpos que parecen ser totalmente desechables y cuyo único sentido es el de ser utilizados por quienes ostentan el poder? ¿Cuáles son las mejores maneras para acompañarnos en la resistencia a un mundo cuya realidad material, discursiva y virtual nos hacen creer que no hay escapatoria ni resistencia posible? ¿Cómo crear redes de apoyo y comunidades que resistan y se opongan a las tácticas de quienes permanecen impunes ante sus crímenes? 

Estas preguntas me parecen más urgentes y valiosas en el presente. En la medida de lo posible continuaré en el planteamiento de respuestas a ellas, más que a las preguntas que, aunque interesantes, no me dejan un buen sabor de boca, en la lengua, en este paladar, en este cuerpo que, aunque no siempre está consciente de sí, me reclama más atención, cuidado y amor que hace algún tiempo.

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