Cómo decir el silencio. O de cómo el bulto ha sido suficientemente escurrido.

Soy un hombre y escribo. Escribo al rededor del silencio. Bordeo el contorno con extremo cuidado porque sigo asumiendo que no puedo puedo hablar de lo que no puedo decir. Y me digo que no se puede, que no puedo. Y estoy diciendo cosas al hablar, agito los dedos sobre el teclado y meneo mis ojos dentro de la cabeza y conduzco mi atención hacia la hoja virtual. Mi cuerpo hace cosas. ¿Pero eso es decir?

Y es así como bordeo el silencio, diciendo cómo se mueve el cuerpo, para evitar decir mi cuerpo, para evitar decirme. Pero ahora intento imitar, perseguir más bien, ese ejercicio que miro envidiosamente que hacen otras plumas, otras manos, otras mentes, otros cuerpos. Me topo recientemente con escritura más llena de silencio, más llena de lo indecible, de lo que tiene nombre y voz y timbre, pero que es inaudible. Que no se entiende primero, pero se siente, que no se razona inmediatamente, pero que se vive. Dicen que en el alma habitan 3 ingredientes que nos cocinan diariamente a fuego lento: la valentía, el deseo y la razón, percibo más el primero en esa escritura, en la que hacen las mujeres. Porque no deja de ser racional por contener más deseo que, además, dice con coraje. Y no es que escriban así por ser mujeres, es que toman postura intencionalmente para no hablar como los hombres hemos dicho y nos hemos convencido de que es el único, el mejor modo de decir.

Y me miro a mí, y me leo y me recuerdo, y reinterpreto lo que he escrito ya no como un texto racional, si no más bien cobarde, que no deja de obedecer al deseo, pero en menor medida. Que abandona el ingrediente de la valentía en favor de un hablar racional, masculino. Pero ahora no. Ya no. Quiero darle voz a lo que antes callaba, por cobardía, por vergüenza, por obediente. Quiero que sea la voz, ya no de mi razón, sino la de mi cuerpo deseante, pero no por eso irracional. Porque el pensamiento, igual que el lenguaje y la voz, también son cuerpo. Y el cuerpo dice, habla. Pero para escucharlo hay que callar racionalmente, dejar que el silencio emerja, pero no bordeándolo, sino haciéndolo parir. Parir eso que acecha mientras escribo racionamente, con hambre de reconocimiento, con ganas de expectativa satisfecha.

Y no sé bien aún cómo, pero me gustaría que pasara, que el silencio desde el centro de su abismo diga. Sin embargo, me percato: ya avanzo temeroso, pues quiero encontrar el cómo, quiero agarrarme del método, pero aquí entra el coraje; el coraje en dos sentidos, el primero, de valentía; el segundo, de enojo, una cierta rabia contra esa mentira, "hay un método", engaño fundamental, "hay método", "hay camino", "hay modo". Ni hay, ni modo. Así, sin manera ni camino, sigo. Porque no se hace camino andando, porque ni si quiera hace falta vereda, ni avanzar, el decir puede ser silencioso, puede ser puro cuerpo, puro vibrar, puro sudar, puro vivir, sin trasladarse, sin "conquistar" sin sed de perspectiva dominante, desde arriba, sin táctica, sin ganas de abusar.

Y otra cosa recién descubierta, apenas intuida: emparejo el silencio con el abismo, lo cual es una manera de entenderlo, una aprendida de otros hombres, y así lo aprendemos y lo repetimos, pero el silencio no es abismo ni éste es vacío. Una cosa no necesariamente es la otra, no inmediatamente, ahora lo noto: no me hacen sentir lo mismo el silencio, el abismo y el vacío.

Pero volviendo a lo que no digo y quiero llegar a poner en texto sin bordearlo, aquí voy: qué me avergüenza, qué me da miedo... No... Mejor, siento vergüenza y miedo.... y cómo lo vivo, y cómo me lo anunica el cuerpo....



Y recuerdo ahora, retomando esta escritura, días después ese desconcierto, sobre cómo mi cuerpo siente la vergüenza, que en el cuerpo se sentía como tensión, como sudor en las palmas de las manos, como cara contraída en un gesto incrédulo donde mis cejas querían juntarse y recuerdo: Otro hombre me preguntó, "¿pero qué quieres decir con esto que escribiste y que te da licencia para pensar profesionalmente?"; y respondí con rodeos; "No escurras el bulto"; dije más rodeos, bordeando el silencio, ahogándome en las voces de otros que decían otras cosas con sus voces (más racionales que valientes); "escurres el bulto de nuevo...".

Y ese reclamo apenas hoy lo entiendo, hablando del silencio aquél día no permití que emergiera él. No callé, no me sumí en reflexión auténtica, quise responder, pero haciéndolo eludí la responsabilidad de pensar por mí mismo, de sumirme en mi deseo y hablar con coraje, no con la razón. Y casi diez años después me reencuentro, luego de psicoterapia, luego de psicoanálisis, luego de comenzar a estudiar mi cuerpo a través de su movimiento, luego de iniciar el esfuerzo por vivir otra vida, de conocerme mejor, al de carne, al de hueso, al de voz y memoria y trauma.

Y es esa la respuesta... Se trata de dejar de atender a la expectativa de lo que el juego (tan añejo y tan bien conocido) demanda de mí mismo... Se trata ya no de responder lo que debe ser, lo que dicta el método, lo que indica, induce, seduce el camino. Ahora renuncio, pues, a caminar. Renuncio, como gran aficionado que soy de él, a la satisfactoria tentación de rendirme al método. No hay modo, reconozco que no sé cuál es ni cómo será, ni cómo ni a dónde, ni si quiera sé si a algún lugar quiero llegar. Pero sé que quiero algo. Y un poco de ese algo es que quiero responder. Pero ya no evasivamente, el bulto ya fue suficientemente escurrido. Ahora quiero responder desde el cuerpo, desde el valor y el coraje del "no sé" y, además, desde una ignoracia que sea el equivalente a dejar resonar el silencio. Algo así:

"sí, me he equivocado y me equivoco; y no sé bien cómo, pero sé que quiero dejar de hacerlo, pero ya no para empezar a haccer las cosas "correctamente", porque ese engaño ya no me gusta, no quiero pensar que hay un modo correcto, ni si quiera me gusta creer que hay un modo, simplemente quiero hacer cosas otras, cosas distintas, cosas que sin ser mejores, sean más auténticas y menos, en la medida de lo posible,  dominantes, que ya no obedezcan a una "lucha", a una gesta,  a la conquista de ninguna cumbre, ni si quiera de mí mismo; es decir, el único norte es evitar el modo conocido que conduce a un hacer de maneras violentas; ahora quiero decir valientemente lo que deseo, aunque eso cueste parecer irracional, ser maginal."

Y reconozco que el engaño no termina: apenas dije "aunque eso cueste parecer irracional", sigo leyendo el hacer otro como una pérdida, como un costo... Pero ésa, creo yo, es la idea. Escuchar con el cuerpo entero lo que digo, lo que aún no escapa al método añejo y engañoso. Escuchar con todo el cuerpo que quiere decir ponerle atención no sólo a lo que dice mi voz, sino al timbre, al cómo suena, a las cualidades de las emisiones de mi dicción: ¿suenan como una garganta relajada y auténtica o están diciendo desde el papel del conquistador, del caballero que sale a una gesta, que busca una aventura y su correspondiente reconocimiento? Y he ahí que no hay método ni receta, es algo que emerge (o no) del cuerpo atento, cuerpo que es timbre, voz, razón, pensamiento y también emoción, deseo, silencio.

Comentarios

  1. Excelente reflexión, me parece que debemos asumirla y compartirla.

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