Consejos de onvre a onvre: Entrenando Aikido

Introducción

Esta entrada me parece urgente y ya inevitable. Espero que esto despierte el diálogo entre los hombres que practicamos aikido para generar un espacio más seguro para las mujeres que entrenan con nosotros. Escribo este texto como un ejercicio de auto-crítica y de invitación a la misma; aunque ofrezco algunas propuestas de acción, no las veo como lineamientos para dictar normas de conducta a seguir, sino como acciones positivas alternativas a las violencias que nombro; es decir, en este texto señalo formas de violencia que como hombres cometemos, pero no sólo para decir "ya no lo hagamos", sino que busco opciones para poder afirmar, "hagamos esto en su lugar".

En este caso voy a hablar de una disciplina corporal que conozco de primera mano, sin embargo, es algo que puede extenderse a otras, tanto artes marciales como formas de baile y danza, así como deportes o actividades físicas en donde puede haber algún grado de contacto físico entre hombres y mujeres.

A lo largo de 11 años he escuchado comentarios de compañeras y maestras sobre cosas que hacemos los hombres y que son sexistas. Yo mismo me he dado cuenta de que he ejercido algunas de estas formas de violencia, pero yo no entendía como tales hasta hace un par de años, por lo que tengo que seguir vigilante de mis acciones y actitudes para no repetirlas. Recuerden que no pretendo ser la policía de la nueva o la buena hombría, sólo soy otro onvre intentando reflexionar cómo soy sexista y qué cosas puedo hacer para disminuirlo, y socializarlo con otros.

Este texto está dividido en 4 partes, la primera es esta introducción. La segunda consiste en nombrar e ilustrar 3 tipos de violencias sexistas que ejercemos (aunque de ninguna manera son todas); la tercera es un conjunto de propuestas para disminuir esas mismas formas de violencia. La cuarta parte contiene algunas reflexiones sobre el tema.

I. Qué cosas sexistas decimos y hacemos los hombres en el Aikido:

1. "El Aikido de las mujeres es más bello". "Entrenemos como ancianitas".

Estereotipos de género: condescendencia o abuso sexista.


El aikido es un arte marcial típicamente entendida como una práctica que "usa la fuerza del oponente", por eso es fácil asumir que pueden practicarla personas "más débiles" y defenderse de otras "más fuertes". Y muchas veces interpretamos esto como equivalente a que las mujeres pueden practicar con los hombres porque ellas son más débiles. De ahí vienen comentarios como "el aikido de las mujeres es más refinado", "ellas entienden mejor los principios" o "es muy bonito su aikido"; que no son más que otra forma de insinuar, " ellas son débiles y por eso hacen otras cosas, porque no tienen fuerza". Básicamente creemos que hay una diferencia esencial entre lo que somos los hombres y lo que son las mujeres y el aikido es otro ámbito en el que estas cosas se manifiestan las distinciones entre hombres y mujeres, donde lo masculino es fuerte, es firme y lo femenino es débil, endeble.

También he escuchado y repetido yo mismo cosas como "entrenen como si fueran señoras de 80 años", es decir, "entrenen sin tensar los músculos", por algún tiempo repetí esta oración para describir la sensación física que debo tener al practicar. Sin embargo, el comentario no es "entrenen como cuando ustedes tenían 5 años de edad", porque no, lo verdaderamente contrastante en la práctica de un arte marcial es un cuerpo femenino y viejo. Acá hay cuestiones de discriminación por edad y por género  que sería valioso revisar más extensamente; pero lo medular es que entendemos a las mujeres como más débiles, como menos fuertes, como menos musculosas, como menos pesadas, como menos toscas, como menos, como menos ágiles, como menos... Y la idea es que en la práctica de aikido entrenamos con personas que hacen lo mismo que yo, que son lo mismo, no menos.  

Con los ejemplos anteriores hacemos aparentes cumplidos que en realidad están encubriendo discursos condescendientes, paternalistas: es que ellas son débiles, entonces su aikido es bonito, refinado, sofisticado, pero no lo nombramos valioso, eficiente, firme, claro o admirable. En mi experiencia, muchas de las técnicas más intensas que he vivido en carne propia han sido ejecutadas por mujeres. Sin embargo, es importante señalar que los practicantes más intimidantes que he encontrado han sido siempre hombres. Es muy interesante que el aikido de muchos hombres tiene la clara intención de ser atemorizante, mientras que el de las mujeres rara vez lo es, suele ser, más bien claro, efectivo, intenso, pero no necesariamente impositivo y dominante.

Y eso es algo muy relevante, porque solemos modificar nuestro entrenamiento con las mujeres y pasamos de entrenar honestamente y con entrega a entrenar "con cuidado" a hacer las cosas con demasiada laxitud o desinterés, disfrazado de suavidad. Entre hombres solemos entrenar con una actitud competitiva, pero con las mujeres solemos entrenar de una manera más bien paternalista, ya sea porque tenemos el estereotipo de que no pueden entrenar como nosotros, sino "diferente", por no decir "peor" y a veces ese prejuicio condescendiente puede tomar la forma de una práctica desganada o apática.

Por otro lado, está la otra consecuencia de actuar según los estereotipos sexistas. Como comenté hace poco, las personas que me han resultado más intimidantes en mi entrenamiento son los hombres, en realidad son pocos los que me inspiran suficiente confianza como para saber que la práctica será intensa quizá incluso un poco intensa, pero segura. A la mayoría de los hombres nos seduce la tentación de ser intimidantes y de infundir miedo. Y eso es muchísimo más frecuente en la práctica entre hombres y mujeres. Pero como suelo comentar en estos textos, no me crean a mí, pregúntenle a sus compañeras y senpais aikidokas, ¿con quiénes te sientes más segura practicando, con hombres o con mujeres?, ¿quiénes te hacen sentir que puedes tomar ukemi con confianza y con quienes más bien temes lesionarte?

Entonces el primer ejercicio de violencia sexista que aquí comento y que proviene de algunos estereotipos de género, puede tomar 3 formas: 1) la de abusar de mi condición física y practicar de manera dominante e intimidante con las compañeras, porque asumimos que no podrán responder de la misma manera, porque saldremos impunes del abuso de fuerza, porque no nos harán nada. 2) la de entrenar con con apatía porque es más valioso entrenar con hombres, porque los hombres son más valiosos. Y 3) los juicios condescendientes sobre cómo entrenan las mujeres porque no pueden entrenar como hombre, que son más aptos para las artes marciales sólo porque son hombres.

2. "A ver, te explico". "Así no, otra vez". Mansplainning y manterrupting.

Un  vicio con el que batallo mucho yo mismo en mi práctica es el de no  explicar o corregir a mi pareja de práctica. Me he dado cuenta de que es  mucho más frecuente que yo interrumpa la técnica para hacer correcciones, cuando entreno con compañeras. Y esto es algo de lo más común en el aikido, he observado en muchos seminarios cómo hombres que tienen un tiempo de práctica de un par de años  corrigen a mujeres que llevan décadas entrenando, que incluso son instructoras. Esto es algo que se ve en muchos ámbitos laborales y académicos. En el aikido, que es una disciplina corporal, podría parecer que es menos plausible porque la práctica de las personas nos dice mucho de su experiencia y su nivel, sin embargo, no siempre es así.

Y es muy común también que “corrijamos” a las compañeras, o incluso a nuestras senpais, impidiendo que practiquen, decimos cosas como “no, así no”, “otra vez”, “vuelve a empezar”, nos resistimos innecesariamente a la técina o nos detenemos y dejamos de atacar. En mi experiencia esa actitud puede ser muy frustrante porque no contribuye a identificar qué es lo que hay que repetir, o porque o para qué. Además, y esto es lo más grave, muchas veces “corregimos” los movimientos de nuestra pareja de práctica de manera incorrecta, es decir, decimos “así no es, es así”, y resulta que estamos haciendo las cosas al revés, que ella hace el movimiento correcto y nosotros hacemos algo que sensei no mostró.


 

Lo que subyace a este tipo de actitudes es la idea de que las mujeres en general son más tontas, o quizá menos hábiles para comprender, que los hombres. Y el problema es ese, en realidad, muchos de nosotros lo pensaríamos mucho antes de corregir a un senpai hombre, pero si se trata de una senpai, no nos preocupa tanto. Y este es el asunto, que nos sentimos en una relación de mayor autoridad o jerarquía con las mujeres dentro del tatami precisamente porque son mujeres, no por su grado o su pericia en el aikido

 

Eso de que los hombres nos sintamos con la autoridad para explicarle algo a una mujer aunque ella sea experta y nosotros neófitos ha sido nombrado como "mansplainning", un anglicismo para nombrar esta forma de violencia que muchas veces pasamos por alto, por eso es importante nombrarla, porque de otro modo son invisibles, pero no porque sean comunes, son menos violentas. Y así mismo sucede cuando interrumpimos a una mujer, lo llaman "manterrupting". Y es algo tan común dentro de nuestras actitudes que parece invisible, pero es terrible cuando nos lo hacen a nosotros: nos incomoda bastante, nos indigna incluso, cuando alguien que no está tan bien informado como nosotros viene a decirnos que estamos mal; pero esto mismo lo hacemos muy frecuentemente con las mujeres, las corregimos, no las dejamos hablar o terminar de decir lo que comentaban, y esto en el aikido se convierte en no dejar practicar a las mujeres mientras entrenamos con ellas o en una lección privada en medio de la clase de alguien más.

 

3. "Qué bonita te ves hoy", "¿porqué tan enojada?" Acoso.

Acoso y contexto

¿Cuándo fue la última vez que le dijimos a otro hombre, que no es nuestro amigo, o si quiera conocido algo como "qué bonito te ves hoy" o "¿por qué estás serio, sonríe, para que te veas guapo?"? Muy rara vez hacemos algo así, porque los hombres no solemos relacionarnos así, no solemos ver a otros hombres como objetos de deseo, como objetos de atención visual, no solemos pensar que los otros hombres están ahí para los que los veamos y nos agasajemos con la vista de esos cuerpos masculinos, solemos relacionarnos con otros hombres compitiendo, presumiendo, alardeando, es decir, desde el antagonismo; o desde la complicidad: aconsejando, mirando y juzgando cuerpos femeninos, intercambiando recomendaciones, compartiendo afinidades, etc.

La manera en la que nos relacionamos con las mujeres suele ser desde el presupuesto de que están ahí para que las miremos, para que nos gusten, para que las disfrutemos. Eso por sí mismo es muy violento, sobre todo si lo invertimos: casi nunca nos vemos a nosotros mismos como el gozo de otro, es raro incluso para un hombre pensar en qué tipo situación estaría ahí sólo para que gocen a costa mía, que disfruten de mirarme y tocarme y yo no obtenga nada a cambio. Pero eso es lo que sucede cuando yo me acerco a decirle mi opinión sobre su cuerpo a una mujer. ¿Disfrutaría yo si un hombre se acercara demasiado y de la nada, mientras yo estoy  ocupado haciendo algo, a decirme "qué sabroso estás"? Eso se llama acoso y es una forma de violencia sexual.

Claro, podríamos pensar en una situación en la que el contexto se preste, por ejemplo, para el coqueteo. En una situación en la que socializamos, como una fiesta, puede existir espacio para el coqueteo porque el contexto puede ser propicio. Pero ojo, puede, no lo es de facto. Aquí consideremos algunas cosas: no por estar en un contexto en el que podríamos coquetear significa que todas las personas estén ahí para coquetear, puede que estén ahí para pasarla bien, para bailar, para platicar, para distraerse, para ampliar sus círculos sociales, etc. 

En el contexto del aikido, hay un margen de maniobra mucho menor, ahí vamos a practicar un arte marcial, por lo que cualquier comentario como "qué bonita", "qué bien te ves", no viene al caso, no tiene nada que ver y estorba. Así mismo comentarios como el "sonríe, te ves más bonita"; porque, sorpresa, las mujeres no existen para que los hombres las veamos, no están en este planeta para verse bonitas, tienen vidas complejas, ricas, como las de cualquier persona. Así como no hacemos comentarios sobre el cuerpo de nuestros compañeros, tampoco los hacemos sobre los cuerpos de las compañeras. 

Quizá haya momentos y espacios en donde el coqueteo sea válido, pero incluso en esos espacios no podemos dar nada por sentado y a la primera señal de negativa, lo que nos corresponde como hombres es hacer lo responsable, retirarnos y no insistir.

Miradas

Así como podemos hacer comentarios sobre el cuerpo, también podemos lanzar miradas lascivas durante a práctica, si sexualizamos el cuerpo de las compañeras durante la práctica también estamos ejerciendo violencia, también es acoso y está totalmente fuera de lugar durante la práctica, incluso si existiera algún vínculo sexual de pareja, el con alguna persona con la que practicamos, el tatami no es el espacio para hacer un acercamiento de ese tipo. Es, nuevamente, el contexto inadecuado, porque durante la práctica entrenamos un arte marcial, no realizamos otro tipo de actividades que son perfectamente válidas en otros momentos si hay consentimiento. 

Así, las miradas que podemos lanzar los hombres a las mujeres porque asumimos que están ahí para que las observemos deseosamente, quedan completamente fuera de lugar, no sólo porque no sea el espacio indicado, sino porque es una forma de violencia asumir que puedo mirar a alguien como a mí se me antoje sólo porque está ahí. Eso dentro y fuera del tatami es completamente inadecuado porque es violento.

Contacto físico

Esta es la forma más evidente de acoso, sin embargo, muchas veces los hombres intentamos justificar nuestros abusos con excusas como "el aikido es una disciplina de contacto". Otra vez hay movimientos y contactos o roces que pueden suceder de manera completamente accidental, pero también es claro cuando hay un contacto intencional disfrazado de accidente.
Otra vez, las compañeras que entrenan aikido con nosotros no están ahí "para nosotros", están ahí para entrenar, incluso a veces a pesar de nosotros.


II. Más allá del "no acoses",  ¿qué podemos hacer?

1. Entrenemos con personas, no con su género. 

Ofrezcamos siempre un trato igualitario, entrenemos con nuestros pares, no con mujeres que requieren de otras cosas sólo por ser mujeres; es decir, practiquemos adecuándonos a cada persona, adaptémonos a su experiencia, a su peso, a su destreza; exijamos sólo lo que estemos dispuestos a dar y brindemos honestamente lo que estamos dispuestos a recibir. Así, difícilmente ofreceremos una práctica abusiva o apática.

Quizá no cambiemos de una vez y para siempre todos nuestros prejuicios sobre lo que son las mujeres y no desaparezcan las presuposiciones paternalistas desde las cuales nos relacionamos, esto es algo mucho más difícil de hacer, pero sí es factible modificar las maneras en las que entrenamos para que nuestras actitudes sean menos violentas al practicar aikido.

El entrenamiento puede nutrirse mucho evitando los juicios que tenemos en la mente sobre la edad, el género o la apariencia de las personas con quienes entrenamos. Así nos encontraremos percibiendo en cada momento cómo es la práctica de cada quién, podremos notar las sutilezas del movimiento, si es pesado, largo, corto, pausado, fluido, ligero, fuerte, suave, intermitente, etcétera; entrenar reaccionando a las cualidades del movimiento que percibimos a través del tacto puede ser más informativo que comenzar nuestra práctica desde lo que esperamos de la persona por lo que vemos de ella.

2. Practiquemos con nuestras compañeras fluidamente y sólo intervengamos si nos lo piden.

La idea de dejar de hablar durante la práctica tiene que ver con más cosas que solamente con el evitar los juicios sexistas. En general, evitar hacer juicios puede ser una consecuencia de practicar atentamente una actividad física. Los beneficios de cultivar una práctica con estas características son similares a los que nos brinda la meditación y otras prácticas de atención consciente. Y con "evitar hacer juicios", me refiero a algo muy concreto: dejar de ponerle adjetivos a lo que percibimos: "eso está mal", "esto es incorrecto", etc. Claro que hay límites, cuando estoy haciendo algo y me siento violentada o violentado, eso ya no es un juicio, sino una señal de alerta "esto es desagradable", "me siento en peligro", lo que frecuentemente enfrentan las mujeres al entrenar con nosotros los hombres.

La práctica de un arte marcial trae consigo riesgos, sí, pero podemos reducirlos al mínimo si ponemos toda nuestra atención a lo que estamos haciendo y no tanto a lo que estamos pensando: si atiendo con más atención a la práctica de mi compañera notaré si está cómoda, si me dedico más a pensar en cómo se ve o en qué tan mal hace las técnicas, no podré detectar si está tensa a causa de mi actitud.

Además, evitamos dar indicaciones y correcciones por una sencilla razón, hay una persona dando la clase, será ella quien haga comentarios y correcciones, los demás acompañamos con nuestra propia práctica, no corregimos con nuestros juicios, sino que acompañamos el movimiento de la otra persona con el movimiento propio. Finalmente, aunque es cierto que podemos detectar a veces que alguien se equivoca al hacer una técnica, también es parte del aprendizaje de cada persona hacerse responsable de eso, si queremos corregir todo el tiempo a los demás estamos parcialmente mermando su autonomía: cada quien aprende a su manera y a su tiempo, aunque yo me esfuerce por enseñar bien, el aprendizaje es de quien estudia, no de quien enseña.

 3. Cultivemos el consentimiento y rompamos el pacto.

a. Establezcamos consentimiento

Primero, ¿qué es el consentimiento?, es el ejercicio abierto y explícito de anunciar la aceptación para participar en una actividad del tipo que sea. En el box, por ejemplo,  las personas que boxean consienten participar en un encuentro, si una de las dos no acepta, ya no hay pelea o sparring, es un asalto que puede constituir un delito, sólo si ambas personas dan su consentimiento, es decir, consienten o aceptan querer participar en un encuentro de box, entonces es aceptable que suceda, de lo contrario, es un ataque injustificado.

Dentro y fuera del tatami, dentro y fuera del dojo, el consentimiento es fundamental, preguntémonos si podemos mirar, hablar o tocar, y a la menor señal física o verbal de incomodidad nos retiramos y respetamos el "no" de quien lo emite. Siempre es mejor quedar como el que pide permiso para todo que como el acosador. Para muchos de nosotros puede parecer exagerado y muchas veces decimos el típico "ya no puede hacer uno nada porque todo es acoso". sin emvbargo, esto es más complejo, el problema es que todas y todos hemos crecido en una cultura en donde el acoso es más frecuente y el consentimiento es poco usual, y por eso el secuestro el acoso y la violación no son nombrados como tales, por eso nos incomoda que los llamen así, el problema es que no alcanzamos a distinguir aún claramente qué es acoso de lo que no lo es.

El asunto es que todas y todos estamos aprendiendo en cuanto al consentimiento, por eso ahora nos toca hablar mucho y preguntar con más frecuencia, poco a poco aprenderemos en qué casos ya no preguntar y en cuáles sí. El objetivo es hacer el tránsito de una realidad donde nunca nos pedían nuestro consentimiento a una en el que a veces lo hacemos, a otra en la que siempre se respete.

Y se trata de un tema lejano poque incluso los hombres en la infancia no podíamos dar nuestro consentimiento, por ejemplo, cuando las tías nos pellizcaban los cachetes no podíamos decir "no lo hagas, tía" o, "no me despeines, me incomoda"; pero nos enseñaron que eso estaba mal, que íbamos a incomodar a los adultos, el mensaje era "no incomodes a los adultos, deja que te toquen para que estén cómodos, aunque a ti te moleste". 


 

Y así es como hemos crecido en un mundo en donde las mujeres no deben incomodarnos a los hombres diciéndonos "no me hables de mi cuerpo si no te lo pido" o "no me toques si yo no quiero". Pero también es nuestra responsabilidad, de los hombres adultos, crear espacios en donde el decirnos "no" sea una opción y que, además, lo respetemos. Así cambiaremos la situación desde cosas simples como el "ya no quiero comida, gracias" y que se respete nuestra decisión, hasta evitar que sigan tocando a las niñas y a los niños sin su consentimiento.

Tenemos opciones en el aikido, cuando nos toque trabajar con compañeras y nos enfrentemos a ejercicios de ukemi o técnicas que impliquen contactos más cercanos o potencialmente incómodos, podemos decir cosas como: "tú coloca mis manos en donde tú te sientas cómoda", "si te incomoda el contacto o el movimiento dime y nos detenemos" e incluso respetemos que no quieran entrenar con nosotros, por el motivo que sea. Poco a poco encontraremos maneras más eficientes para establecer consentimiento, pero esto requiere de un trabajo consciente y constante, no sucederá por arte de magia.

b. Renunciemos a la violencia y denunciémosla

Dejar de abusar de la fuerza, entrenar con empatía y atentamente, así como solicitar consencimiento de nuestras compañeras es muy necesario, pero no es suficiente para que el aikido sea un espacio seguro. El hecho de que yo ya no reproduzca la violencia, no significa que toda la violencia se acabe. Si hay otros hombres violentando, interrumpiendo, corrigiendo o acosando a las compaleras y no no hago nada, también estoy siendo cómplice. La omisión y la negligencia también son violencia.
No callemos cuando veamos a otro hombre violentando, sin importar quién la ejerza, si es nuestro senpai o sensei, aunque hay una jerarquía tradicional, también son hombres potencialmente violenctos y todas las mujeres dentro y fuera del dojo, merecen vivir en un espacio seguro, sin violencia. 
Otro ámbito que también nos toca es la violencia sutil, que sucede fuera del tatami, pero dentro del dojo, en los vestidores por ejemplo. En estos espacios podemos evitar reírnos de chistes sexistas, homofóbicos o transfóbicos y empecemos a decirlo, "eso no me da risa a mí". Será incómodo el silencio posterior, pero es mejor el silencio que incomoda que el comentario que violenta.
 

Reflexiones finales

Resumiendo, propongo que encontremos maneras de reducir violencias por prejuicios sexistas y disminuir el acoso. En cuanto a los prejuicios podemos hacerlo evitando predisponernos a la práctica poniendo atención plena al movimiento de la compañera con la que entrenamos y no a nuestras expectativas sobre ella; evitemos, en este mismo sentido entrenas apática o abusivamente; por otro lado, fomentemos una práctica fluida y libre, en vez de interrumpida y dirigida por nosotros; y, finalmente, solicitemos consentimiento para establecer contacto en momentos que puedan ser incómodos, y evitemos por completo hacer comentarios sobre sus cuerpos y lanzar miradas lascivas.
Hagamos del Aikido un espacio seguro, hay otros espacios para otras cosas (siempre y cuando contemos con el consentimiento para ellas), el dojo es para cultivar nuestra práctica y en el caso del aikido, también es para construir la paz, lo que significa crear un espacio de buentrato, lo opuesto al maltrato, y esto pasa por aprender a distinguir qué constituye un maltrato, qué es violento, qué es abusivo. Y el primer paso para lograrlo es nombrar las violencias como tales, por sutiles que sean.
En mi experiencia es fácil aprener definiciones sobre lo que es la violencia, cómo se expresa y cuáles son sus causas. Lo verdaderamente desafiente es detectar las violencias que yo ejerzo. La buena noticia es que se trata de una tarea difícil, pero posible. A veces entender porqué algo es nombrado como violencia puede ser complicado también, pero con el tiempo podemos sensibilizarnos para entenderlo mejor y prevenir esas agresiones. Sin embargo, cuando alguien me dice que algo que hago le molesta porque fue violento, aunque yo no llame eso violento, ya sé ya fui advertido, por lo que sería negligente de mi parte seguir haciéndolo.
En el Aikido hay muchas formas de violencia sexista que yo reproducía y aún hoy reproduzco, el asunto es que no siempre me doy cuenta, por lo que agradezco que me lo señalen si en algún momento lo hago. Es algo que las otras personas me pueden hacer ver independientemente de si tienen más tiempo de práctica que yo o menos. Valoro mucho que me lo señalen, para evitar repetirlo. Es, desde mi perspectiva, algo fundamental en el contexto de una disciplina conocida como "el arte de la paz". Y por eso ofrezco estas propuestas, para que las discutamos, para que empecemos a nombrar la violencia sexista, para que el diálogo florezca y entre sus frutos veamos cambios en el espacio que creamos al entrenar aikido.

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